Para los niños, el tiempo es más lento.
A medida que envejecemos, sentimos que los años pasan cada vez más rápido. Un estudio de la Universidad de Eötvös Loránd, publicado en Scientific Reports, confirma que esta percepción está relacionada con la forma en que el cerebro procesa la información. En la infancia, cada experiencia es nueva y requiere un gran esfuerzo cognitivo para ser comprendida y almacenada en la memoria, lo que hace que el tiempo parezca extenderse. En la adultez, la rutina y la repetición reducen la cantidad de detalles que registramos, dando la sensación de que el tiempo se acelera.
Los científicos han desarrollado modelos matemáticos para explicar esta percepción. Uno de ellos plantea que la percepción del tiempo es inversamente proporcional a la edad: para un niño de 10 años, un año representa el 10 % de su vida, mientras que para un adulto de 50 años, es solo el 2 %. Otro modelo sugiere que el tiempo subjetivo sigue una escala basada en la raíz cuadrada de la edad, lo que significa que la aceleración del tiempo no es lineal, sino progresiva.
Estos hallazgos no solo ayudan a entender mejor la mente humana, sino que también plantean preguntas sobre cómo organizamos nuestras experiencias y gestionamos el tiempo en las distintas etapas de la vida. ¿Podría la búsqueda de nuevas experiencias y el aprendizaje continuo ayudarnos a ralentizar la sensación del paso del tiempo? La ciencia sugiere que sí.